Mercedes Méndez Fuentes(*) / Artículo de opinión.- En estos días, en que todo parece estar tambaleándose, -dicen que por efecto del terremoto de la crisis financiera, yo digo que por efecto de los años de borrachera-, los valores de personas buenas del planeta sin embargo siguen en pie y hasta se refuerzan.
Yo veo a veces a esas personas sobresalir. Es por eso que una lee frases como “es tiempo de rebeldía” en boca de un dirigente político de izquierdas, y se le ponen los pelos de punta. Y entonces le dan ganas de rebelarse y se rebela.
Por un lado asusta, porque suena un poco a guerra, y esto no es en absoluto deseable, y por otro porque también suena a “ya está bien de resignarse, de no intentarlo, de ser discretos y sumisos”... y esto asusta aún mas, sacar el potencial no fue nunca fácil y el adoctrinamiento ha dado sus frutos, sin duda.
El otro día en la cola de un banco, que es además “mi banco”,- mas que todo porque no me queda otro remedio que “tener” un banco, para gozar de ciertos privilegios adecuados a mi bienestar social, tales como tener una casa propia-, (ese debate he de mantenerlo otro día…), sólo funcionaba abierta una caja, la cual fue bloqueada por un señor durante mas de 30 minutos largos, -a saber qué diablos estaría haciendo-, y los ingresos, que a eso iba yo, a poner mas donde ya no quedaba, no se podían hacer por cajero automático. Mis nervios se fueron enervando, las prisas, ya saben, la mañana perdida, y las niñas en casa que era vacaciones, y estas cosas cotidianas que forman parte de la vida también, y ya alterada, pero con calma y voz muy suave, como fui enseñada a hacer, pregunté si no abrían la otra caja. Yo veía al menos otras cuatro personas solas en mesas, haciendo sus labores bancarias, supongo, Aquello sólo me recordaba a las colas del supermercado. Pues no, no se puede, ya le atiende el joven de la caja... Vale, otro ratito mas de esperar, calmando a mi hija pequeña, aburrida de no se sabe que y a punto de derribar los cristales de puertas y ventanas con sus manso grasientas.
Y otro rato y empecé a hablar en voz alta, y a quejarme del mal servicio y de la falta de atención al cliente. Oye, la gente ni se inmutaba. Qué resignación. Miraban, hacían gestos de rabia y desesperación, iban hasta la puerta y volvían, pero hablar, no hablaban. Qué aguante, de verdad. En eso debió oírlo alguna jefa del piso alto, porque bajó desplegando todo su encanto social y su amabilidad aprendida también, como yo, y preguntando, “buenos días, ¿todo va bien?
Claro, ni de locos iba a yo a decir que sí. Y dije “que no, que de bien nada de nada, que llevábamos casi media hora en cola sin que nadie nos atendiera, y que además el cajero no admitía ingresos, para un simple ingreso media hora de espera…” Pues usted la vio que me mirara, no, no me miró, siguió su camino hacia una mesa y regresó, esta vez con la cabeza gacha.
Pero ¿se puede saber que nos pasa? ¿Cuándo nos han hecho esto? ¿Quién nos ha aleccionado tanto como para no reaccionar y no reconocer el poder que tenemos encima con tan solo unir nuestras voces y nuestras fuerzas? ¿Una gente que se hace rica gestionado mi dinero, y yo he de estar a su disposición? Cuando finalmente logré hacer el ingreso y pedí un extracto, que no, que los extractos se cobran, y que sacar menos de 100 E con tarjeta se cobra, y que los mensajes a móviles avisando de gestiones se cobran… Aaaaaag, me quiero ir de ese banco, claro, porque me está engañando y abusa de mi, y porque ni una de las condiciones que me daban cuando firmé mi hipoteca se ha mantenido. Antes me atendían directamente en una de esas mesas, ya no. Pero, ¿a cual me voy? Estoy pillada, sin duda.
Y por eso, como muestra de tantas otras pequeñas diarias cosas, me rebelo. Y digo que no quiero ser ganado estabulado. Y asisto a manifestaciones o las convoco. Y hablo cuando no debo. Y me transformo, y evoluciono a otra cosa, a otro sitio. Y dejo agrupaciones de personas que se han extraviado y participo en otras, como poseída aún buscando el santo grial. Porque no quiero perder el norte. Ni esos valores que aprendí de abuela y de madre, ni mi fuerza interior. Porque quiero llegar a vieja con dignidad. Porque creo en la libertad, en la igualdad de oportunidades, en los derechos humanos, en las posibilidades… Y pierdo la vergüenza cada vez con más frecuencia. Si, también porque me estoy haciendo vieja.
Mi amiga y batalladora mujer, de dignidad enorme y suave, la madre de la voz del silencio, Soledad Perera, lo dijo estos días en un artículo que titula “La pérdida del poder de la voz del Pueblo”: “El pueblo llano se tambalea entre el miedo, la impotencia, la soledad y la desesperación del más profundo de los silencios. Ya ni siquiera reacciona, ha perdido fuerzas, está agotado”. Pero acaba con un mensaje de amor, como no podía ser menos en ella: “…en una sociedad carente de confianza pero que conserva aún, a pesar de todo, en la mayoría de los casos, sus valores intactos”.
Yo por eso me rebelo. Porque tengo algunos valores intactos. O quizá incluso mejorados por las experiencias de estos años vividos. Y me rebelo claramente y salgo a gritar en las calles, y a llevar pancartas, y a pegar carteles, y vengo a decir lo que pienso, y a cambiar de idea si me convences, y adelanto en la carretera, aunque aún lo hago por la izquierda. Porque este es un tiempo duro, un tiempo de rebeliones, de pasar por la izquierda.
1 comentario:
Hola a todos, agradecida de que colgaras el articulo pues de verdad creo que en el dia a dia debemos empezar a decir nuestos sentimientos y a hacer algo mas que esperar a que todo cambie, y que nuestros niños y niñas vean un ejemplo de educación pero de firmeza en nuestras posturas ante el abuso. Un beso a todos y gracias por mantenernos informados de la variada actividad.
Publicar un comentario